martes, 7 de junio de 2011

Acogí a José María Valverde en el Departamento de


 
Filosofía de la universidad de Barcelona, apenas llegó de Estados Unidos para reincorporarse a su Cátedra de Estética. Danzaba yo por la Facultad como durante mucho tiempo, ávido e insatisfecho de todo, acabando los cursos de doctorado. Tan no había nadie en los despachos que desde el Departamento (ya estábamos en Pedralbes) llegamos hasta Pelayo, la plaza de Cataluña y las Ramblas. Yo no sabía cómo sorber tanto tiempo conmigo de aquel personaje famoso por su filosofía y literatura, por su estética, por su condición de cristiano progresista cercano a la Teología de la Liberación de entonces, y por ser el aguerrido compañero que había abandonado su cátedra a la voz de "No hay Estética sin Ética".  Aquello sí que era un monumento andante contra el totalitarismo (¿o será autoritarismo?), no las soflamas de quienes hicieron el salto al antifranquismo cotorro, más después de la muerte de Franco. Recuerdo varias lecciones de él. La primera, el comentario de que el periódico  EL PAÍS, (mi comunión diaria de vinacho progresista y "aggiornato"  bajo el sobaco) le había pedido un artículo pero, hasta entonces -más de lo que él acostumbraba a ser compensado debidamente por los medios- no le había mandado ningún cheque. Estaba extrañado y prometió no responder a ningún requerimiento más. Si levantara ahora la cabeza... sabría adónde habían ido a parar su trabajo y, probablemente, los de tantos ingenuos colaboradores por una España moderna y democrática: a la buchaca de unos supermillonarios protegidos por el poder (¿dictatorial con vaselina o autoritario y excluyente?). Llegó a preguntarme si existían préstamos especiales para los profesores a efectos de comprarse una casa... Yo no salía de mi asombro. Nunca salí de mi asombro. Coincidimos en distintas reuniones de grupos de cristianos por el socialismo o por la revolución, por "libertad, amnistía y Estatut de Autonomía" o cualquiera sabe qué... Todavía no sabía el alcance del sentido de aquellas palabras pero sí me desbordaba la capacidad que tenían de movilizar a las masas... Por entonces, yo ya había hecho una invstigación sobre Gustavo Gutiérrez y el sentido de la violencia. Por allí anduvo  Mosén Xirinacs  con sus actos de sobranía en las reuniones secretas a las que acudíamos, no sé todavía cómo.  Era un tiempo de esplendorosas contradicciones. Iba de Camilo Torres y Girardi(él le habría disparado a Pinochet) y el Padre García Nieto, de LLanos y José Mª González Ruiz (profesor mío durante dos cursos) a Lanza del Vasto y la no violencia, los alternativos y los catecumenales, mi cercanía amorosa a Lotta Continua (ah, Roma, la mía Roma). La verdad es que yo no podía ser marxista ni nacionalista. Y cuanto más estudiaba y, sobre todo, cuanto más compartía la vida real de los revolucionarios -yo también lo era-,  menos. Algunas notorias fantasmadas me precedían. Aquello era un disparate.  En esta tesitura, en una de las reuniones en las que coincidimos en Madrid, le pregunté un asunto que incidía en la ética (sabiéndole a él místico como yo) y, al tiempo, presidente de una organización pro Nicaragua...-¡Si levantara la cabeza!- y me contestó: Pepe, no me preguntes de ética que de eso no tengo ni idea.
Me dejó algo desolado porque todavía me quedaba una cierta fascinación por la praxis revolucionaria. Comprendí, entonces, que debía estudiar más y ser mejor cristiano y un buen profesional porque tenía delante en mis alumnos y pacientes a mi mismo, al mismo Dios. Eso sí que era acción directa y verdad palmaria. Entendí a Nietzsche, identificado con su radicalidad, quien prefería ser considerado "un hijo de puta" a ser un misionero o un salvapatrias de la famélica legión, henchido del repugnante totalitarismo que desprendían los inquisidores que exhibiían su disposición a fumigar a cuantos no pensaran como ellos. Entre tantos, yo: me sentí una encarnación más del judío errante.
¿Entiendes, ahora, amigo, por qué José María Valverde es uno de mis grandes maestros y merece mi homenaje agradecido?  Murió tal día como ayer de 1996. Tengo una gran paz.

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