sábado, 15 de febrero de 2014

Con las solicitudes de los sefardíes, España recupera

(Sinagoga de la antigua Judería de Barcelona en 2013)
una parte esencial de su historia, recogida y cuidada cada vez más y mejor en las grandes aljamas que fueron en Lucena, Toledo, Segovia, Barcelona... El Edicto de Expulsión, conocido como Edicto de Granada, promulgado el 31 de marzo de 1492 por los Reyes Católicos, rezaba: Acordamos de mandar salir todos los judíos y judías de nuestros reinos y que jamás tornen ni vuelvan a ellos ni alguno de ellos. 
(Alfarje de la Casa Mudéjar de Segovia)
Y así quedó el asunto en España hasta el siglo XIX. El profesor Haim Beinart, una de las más altas autoridades sobre la historia de Sefarad, afirmó que 200.000 individuos judíos salieron de la Península Ibérica. El historiador Miguel Ángel Motis afirma por su parte que sólo 100.000 judíos practicantes vivían en España en 1492 y que la mitad de éstos aceptaron el bautizo y se quedaron como conversos. Siendo a día de hoy la cifra exacta de los expulsados motivo de debate –el historiador Joseph Pérez es el más modesto, hablando de 50.000 expulsados–, la cuestión es que hoy existen unos dos millones de sefardíes descendientes de los expulsados en 1492. Dos millones de personas que no han olvidado su añorada Sefarad y que han seguido hablando, rezando y cantando en el idioma de de sus ancestros, el ladino, o su vertiente hispano-marroquí, la haketía. Ciertamente, España se había convertido desde el siglo VII hasta el XII en un refugio, en el centro del pueblo judío tras la destrucción de Jerusalén.
(Sefardíes en Europa)
Maimónides, Najmánides o Ibn Gabirol son ejemplos paradigmáticos de ello: han sido figuras centrales no sólo para el judaísmo, también luminarias imperecederas de la cultura universal. La primera evidencia de presencia judía en la Península puede remontarse al siglo VII aC, en un anillo fenicio encontrado en Cádiz con inscripciones paleo-hebraicas. Hay cierta unanimidad en que a partir del siglo III ya había comunidades asentadas en el territorio, como lo demuestra la lápida de una niña judía, Salomonula, en la antigua ciudad portuaria de Abdera (situada en Adra, Almería), datada en ese siglo. Pero tras el Edicto de Granada –y con el ominoso preámbulo de una desenfrenada ola de ataques antisemitas que comenzaron en 1212, cuando los cruzados arrasaron la judería de Toledo– "termina, pues, la historia del judaísmo español", según palabras de Pérez.  

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