en nombre del progreso y de la civilidad, manteniendo hipócritamente los aberrantes correbous (cuando los entes metafísicos hay que dejar que vayan cayendo del imaginario humano como las hojas), mi soneto del señor toro:
Soy toro para morir en la plaza
de estocada en manos de un valiente,
de su alma y de mi casta. Eso siente,
al hervir la sangre, como Dios manda.
Él sueña triunfos y vida preclara,
mientras yo me defiendo de la muerte
extraño engaño de la mutua suerte,
si es que la vida ha de acabar en nada.
Es lucha y sacramento del humano
afrontar su verdad y su destino
luz, astas y sangre, delirio vano
de sentirse al tiempo un héroe y divino
cogiendo vida y muerte de la mano.
Por su ilusión acato yo el castigo.
Soy toro para morir en la plaza
de estocada en manos de un valiente,
de su alma y de mi casta. Eso siente,
al hervir la sangre, como Dios manda.
Él sueña triunfos y vida preclara,
mientras yo me defiendo de la muerte
extraño engaño de la mutua suerte,
si es que la vida ha de acabar en nada.
Es lucha y sacramento del humano
afrontar su verdad y su destino
luz, astas y sangre, delirio vano
de sentirse al tiempo un héroe y divino
cogiendo vida y muerte de la mano.
Por su ilusión acato yo el castigo.
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