Manuela Carmena y Ada Colau, alcaldesas de Madrid y Barcelona, se han ido al Vaticano a poner verdes al Gobierno de su país y a sus compatriotas por su supuesta falta de compasión y acción ante el drama de los inmigrantes. Su actitud resulta irritante, por varios motivos. En primer lugar, porque quienes acuden a hacerse la foto al Vaticano se han distinguido por hacer de menos a los católicos, con actitudes displicentes hacia ellos, reduciendo las ayudas a sus organizaciones y tratando de retirar de las calles su simbología en celebraciones cristianas como la Navidad y la Semana Santa. Viajar ahora al Vaticano parece pura hipocresía y un intento burdo de chupar rueda del prestigio del Papa Francisco. El caso de Carmena resulta especialmente cínico, pues mantiene como portavoz a una persona condenada en firme por asaltar una capilla católica.
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