lunes, 18 de mayo de 2009

Del iluminado recuerdo a la luminosa oportunidad

del encuentro. Desde el relicario del corazón de Alfonso X el Sabio en Murcia, ciudad de las siete murallas, ahora bullicioso entremés en cada esquina, agraciada por sus inmuebles mudéjares, barrocos, neoclásicos y modernistas y los muebles sublimes de Salzillo, que disponen al recogimiento o al éxtasis








pasando por tantos claros del
frondoso bosque donde suavemente el viento orea, igualmente amado, en insistida retroproyección desde el origen, aparecen, la cuna frente al cementerio, Benatae,

la alberca y los huertos,


sus callejuelas


y la casa de Papajosé, convertida ahora en pisos,
aquella oportunidad y acontecimiento en el recodo del camino de la sierra, protegido como nido de águilas;

la Fuente San Marcos,







la Fuente de El Santo camino hacia Orcera,





la de San Miguel en cuyo mirador natural sobre el pueblo, reposan las cenizas de mi primo Paco y las de José (?),







la plaza del pueblo, usada para correr a las vacas después del encierro,




a la sombra de Peñalta;

el Guadalimar camino al Guadalquivir por Puente Génave,








y Jaén, siempre entre olivos, que corona su emoción y su esfuerzo con una catedral magnífica y única, delirio de grandeza,












allí donde, con la Verónica, se venera el Santo Sudario (¡fervor de la necesidad de acercar los cielos a los días de cada día y enjugarse en el misterio!) y











se mantienen, impertérritas y denunciadoras las lápidas que recuerdan a los mártires de la revolución marxista de 1936










y el castillo de Santa Catalina como corona.











El viaje discurre hasta la Sevilla eterna más rápidamente de lo que pudiéramos gozar y contemplar, acomodo de gentes como la hiedra y sorprendente espejo múltiple (también y más aquí, como en toda Andalucía, cristianos, moros y judíos), entre guirnaldas bulliciosas de ilusión y atrevimiento siempre nuevos;


en este secreto también me esperan otras claridades y fulgores, la calle de Placentines (aquella que, estrecha y larga, parece que la rasgó una saeta con su punta fina y breve), la del Sol a medianoche,

la Giralda,













la fiesta siempre, pinchos, costillas, morcillas, chorizos y churrasco bajo un implacable sol y en un día luminoso,








hasta el baile del vientre sagrado, también aquí me esperan mis ensueños,














y el buho de la sabiduría antigua y de siempre que nos mira con paciencia.














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