convivencia probablemente define a nuestra España y a algunos de sus referentes genéticos de trashumantes y transterrados. En la más antigua nación europea se han dado diversos tipos de adaptación, de integración y de supervivencia o formas de buscarse la vida en medio de la prepotencia o el control de sistemas cerrados de la organización social y del poder. Los nacionalismos han propiciado un victimismo, alentado por un reaccionario complejo de culpa de algunos constituyentes, que nada tiene que ver con la democracia ni con la depurativa condición ciudadana que deja a cada uno en su monda y lironda realidad sin privilegios ni atributos pero con su auténtico poder. Esa estrategia trampera para el privilegio y la exclusión impune está en la base de todo fascismo y terrorismo. He aquí a estos tales, Jon Rosales y Adur Arístegui, en la red social Facebook posando sonrientes con la camiseta de la selección española de fútbol. ¿El miserable sometimiento a la identificación étnica y etarra de estos conversos más nacionalistas que nadie, puede impedir que practiquen la fe profunda (y vergonzante) que tienen a España, ahora que no les ve nadie?
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