martes, 21 de diciembre de 2010

Esta mañana fuimos María Zambrano y yo a llevarnos

a Antonio  Machado a la iglesia románica de los santos Justo y Pastor (siglo XIII), tan cercana a su antiguo Instituto. Se estaba mojando en la plaza Mayor, delante del teatro Juan Bravo. Coincidimos con frecuencia hablando y discutiendo sobre educación y enseñanza en los tiempos que corren. Antonio sugiere que pasemos por el Bar las tres BBB (bueno, bonito y barato) -junto a la catedral- a tomarnos un caldo con Jerez o no, que resucita a los muertos con un pinchito por el mismo precio. Con el calorcito anduvimos por Isabel la Católica, Juan Bravo, Cervantes hasta el acueducto y de allí, subiendo a mano izquierda, llegamos a la iglesia. Algunos de los murales del ábside han podido salvar las enseñanzas fundamentales del Pentateuco y del evangelio con el Pantocrator en el centro como en la generalidad de las iglesias medievales.  El resto de los paneles está recubierto de mortero de cal, blanco turbio e insignificante. Mudo por el estupor del abandono.  Nos queda la evidencia de que la fe entra por el oído pero se enseña por la vista y su dejación lleva a la ruina. De todos modos nos quedan los vestigios de la necesidad de dar razones -en imágenes afortunadas aquí- a la fe que orienta la vida y funda la esperanza. El aula sólo puede ser un lugar privilegiado de esperanza. 

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