Ya desde su primer discurso en el Palacio Nacional, uno de los templos del poder laico mexicano, Jorge Mario Bergoglio puso el dedo en la llaga: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”. El auditorio, compuesto por el presidente, Enrique Peña Nieto, y las máximas autoridades del país, le dedicó un aplauso cerrado y complacido, como si aquello tan grave no fuese con ellos. Pero no quedó ahí la reprimenda. Poco después, en la Catedral de la Ciudad de México, una de las sedes más conservadoras de Latinoamérica, completó su reprimenda con tirón de orejas a la jerarquía católica y sus continuas intrigas. “¡Si tienen que pelearse, peléense como hombres, a la cara!”, les dijo.
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