miércoles, 7 de enero de 2009

El pope ZP y su sirenita Chacón se alzan como

abanderados de la paz y de la alianza de civilizaciones, amonestando desde su reconocida autoridad moral, los principios y estrategias a tener presentes para afrontar los problemas del terrorismo y de la convivencia. Ante todo, hay que defender la paz huyendo de todas guerras que eso es de valientes, ignorar o anular a las víctimas, buscar mamporreros como Peces Barba para ello; dialogar con los heroicos guerrilleros que luchan, abusando de indiscretos accidentes, por la libertad de su pueblo, contar con ellos o con sus amigos para acceder al poder e imponer el oportuno estatuto (como ERC y Montilla); aceptar las condiciones de los chicos de la gasolina aunque sus conciudadanos sean humillados, excluidos o asesinados, ¡ya se cansarán o agotarán el combustible!, hablar su lengua, acatar sus costumbres y someterse a sus caprichos, ¡también los esclavos viven!; los que se resistan deben recordar que, abofeteada la mejilla derecha, hay que poner la izquierda (y, si es preciso, el culo), como dicen los cristianos; hay que tener amenazados a los obispos que manipulan a las masas de imbéciles que les siguen; nosotros, los sacrosantos laicos, prometemos el cielo en la tierra, no como ellos que estafan a sus bases; hay que mentir, siempre mentir para no entristecer a la gente ilusionada con nuestas promesas de paz, comprar periodistas, fidelizar votos, engañar a la gente y llevárselo crudo. Ignora a los que no se entreguen al servicio de la gran causa de la paz mientras les sonríes eternamente con beatífica hipocresía. Reduce todo el poder de la democracia burguesa a la encarnación de la dictadura del proletariado, como yo. Aprovecha el victimismo, cubre tu cuerpo de ceniza, rásgate las vestiduras, haz de plañidera cuantas veces haga falta para conseguir una demagogia perfecta hasta que te ame la mitad más uno, por lo menos. Tendrás el poder y la pasta y el aplauso de tus oportunistas gusanos. Los demás que se pudran en las tinieblas exteriores entre llantos y crujir de dientes. Los vivales siempe preferimos la cómoda paz de los cementerios y los escudos humanos.

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