sólo como OBRA DE LA JUSTICIA. Anida en el corazón humano todavía el secreto deseo de vivir a costa del otro como si en horizonte de la conciencia no cupiera otra esperanza que este tipo de vida y la supervivencia en nombre de la ley de la selva. Ese afán avasallador y destructor está enquistado en el privilegio y en el desprecio, igualmente destructivos de quienes los promueven. Sólo el reconocimiento del ejercicio de la propia dignidad y de la condición de libres e iguales de todos los ciudadanos en cuanto constituyentes (no mentiroso ni retórico y menos trampero) garantizará una convivencia creativa y generosa. Nada que ver con el desprecio de la Chacón, de ZP, del nacionalsocialismo y de los Lippicejeros, al legítimo ejercicio de algunos ciudadanos (entre los que me encuentro) de rechazar el Estatuto de Cataluña como inconstitucional, nada que ver con el tratamiento de apestados y sometidos a un cordón sanitario promovido por los nuevos inquisidores y verdugos en que se han convertido desde hace tiempo los nuevos camisas pardas y el fascismo que viene de rojo. Ningún nacionalismo ni ningún fatuo mesianismo frentepopulista puede engañar al constituyente. Él es el único referente para la organización de la convivencia. No existe ninguna otra nación que la voluntad constituyente de los ciudadanos, libres e iguales, y únicos dueños de su destino. Ojo con los nuevos asalteadores de caminos instalados, ahora, en el poder de la legalidad democrática. Lo malo no es el poder del átomo sino la capacidad de instrumentarlo para el mal de algunos canallas.
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