piano, siguiendo unas manos que hacían maravillas en aquel auditorio particular. ¿Era Iberia o el de mi amado Concierto de Rakmaninof?
LLull era un gato negro, de color intenso y vivo, y listo, y tan fiel como un perro por mucho que le gustara recordarme que él no era de este mundo. Lo llamaba a una distancia de más de cien metros hasta donde tonteaba con alguna gatita entre la rocalla y se exhibía entre otros pretendientes, y venía corriendo hacia mí, me rodeaba rozando su cuerpo arqueado y el rabo erguido y, luego, ya en el sofá, se recostaba en mi regazo ronroneando intensamente.
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