viernes, 29 de abril de 2016

D. Antonio: Nuestro profesor, don José María González

Ruiz, nos decía, entre otras cosas, que "el amor no es redondo" y que "creer es comprometerse" (título de una de sus obras). Con él empecé a entender el coraje de Jesucristo y su radicalidad en el amor, "en la disgregación de cada día y en la paz de la noche enamorada", sin renegar de su túnica inconsutil ni del vino bueno de Caná. A ese supremo amor a los demás en humilde elogio de lo cotidiano remiten la séptima morada de Santa Teresa, con la sabiduría agónica de lo incumplido (muero porque no muero) y el testimonio de su muerte, enferma y agotada, en un acto consuetudinario de obediencia a su superiora que atendía al requerimiento (incómoda servidumbre) de los Alba en Tormes para acompañar y consolar a tan generosa familia en el reciente parto de su hija... Recuerdo, don Antonio, su elogio de Dickens, mientras leo, desde las alcantarillas infectas y sórdidas de la cobardía, el descreimiento y la dejación, su última reflexión: "«Si el ar­te no da pa­ra tan­to, se­gu­ro que la feal­dad lo em­peo­ra to­do. Ma­los tiem­pos. Pa­ra cam­biar­los ne­ce­si­ta­mos bue­nos go­ber­nan­tes que atien­dan a la ra­zón y al bien co­mún; y bue­nos ciu­da­da­nos que tien­dan el hi­lo de la con­cor­dia que de­be unir a to­dos los se­res con co­ra­zón de cual­quier pro­ce­den­cia. Apos­te­mos por construir la ima­gen del buen go­bierno en el próxi­mo pa­la­cio de los pue­blos del mun­do» ( Antonio Hernández-Gil: Tercera de ABC)

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