Ruiz, nos decía, entre otras cosas, que "el amor no es redondo" y que "creer es comprometerse" (título de una de sus obras). Con él empecé a entender el coraje de Jesucristo y su radicalidad en el amor, "en la disgregación de cada día y en la paz de la noche enamorada", sin renegar de su túnica inconsutil ni del vino bueno de Caná. A ese supremo amor a los demás en humilde elogio de lo cotidiano remiten la séptima morada de Santa Teresa, con la sabiduría agónica de lo incumplido (muero porque no muero) y el testimonio de su muerte, enferma y agotada, en un acto consuetudinario de obediencia a su superiora que atendía al requerimiento (incómoda servidumbre) de los Alba en Tormes para acompañar y consolar a tan generosa familia en el reciente parto de su hija... Recuerdo, don Antonio, su elogio de Dickens, mientras leo, desde las alcantarillas infectas y sórdidas de la cobardía, el descreimiento y la dejación, su última reflexión: "«Si el arte no da para tanto, seguro que la fealdad lo empeora todo. Malos tiempos. Para cambiarlos necesitamos buenos gobernantes que atiendan a la razón y al bien común; y buenos ciudadanos que tiendan el hilo de la concordia que debe unir a todos los seres con corazón de cualquier procedencia. Apostemos por construir la imagen del buen gobierno en el próximo palacio de los pueblos del mundo» ( Antonio Hernández-Gil: Tercera de ABC)
No hay comentarios:
Publicar un comentario