No divido a la gente de nuestras inevitables dos Españas en conservadores y progresistas, ni en taurinos y antitaurinos, ni en creyentes y agnósticos, ni en pro yanquis y antiamericanos, ni en europeístas y euroescépticos, ni en tolerantes e intransigentes, y sigan poniendo todas las parejas de particiones que hoy causan grave quebranto a la concordia en nuestra Patria. Mis dos Españas son más sencillas, prácticas y placenteras: divido a los españoles en los que tienen educación y los que no la conocen; en los agradables y los desagradables; en la gente con principios y en los «nolacos», los que no-la-co-nocen (la vergüenza). En vez de preocuparnos tanto por desenterrar odios, deberíamos habernos aplicado en generar educación, cortesía, urbanidad, todas las elementales formas de convivencia que ahora llaman burguesas. Algo tan simple como pedir las cosas «por favor» y que te den las «gracias». Tan elemental como hablar de usted a los que no conocemos. Pero ya te tutea hasta la puñetera niña de Vodafone que te despierta de la siesta prometiéndote el paraíso telefónico. Igual que hay enseñanza obligatoria, tendría que existir la educación obligatoria en Urbanidad, en esta España ineducada en la que sí que no hay divisiones: todos son cada vez más desagradables, descorteses y antipáticos.
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