domingo, 12 de abril de 2009

Es Pascua Florida.

Mi pequeño peregrinar se hizo más auténtico obligado por la resuelta imposición de la nieve al salir del Monasterio de Ntra. Señora del Parral (1) junto al paseo de la Alameda y el Eresma, al norte de la ciudad. Subí por la estrecha escala de la Cuesta de la zorra, al borde del camino que frecuentaba el místico descalzo desde su convento, bien visible el Alcázar, la proa de Segovia, para alcanzar (no sin algunos sofocos, paraguas en mano) la plaza de San Andrés.
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El viernes había vuelto al Acueducto y a las huellas de Roma. Pero ahora estaba en la transhumancia que define la historia de España: la iglesia de

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la Vera Cruz, Zamarramala, el convento de los Carmelitas (sepulcro de San Juan de la Cruz) y la Fuencisla. Me dirigí a la calle de la Judería nueva, pasé por la famosa puerta de San Andrés (3), privilegiada entrada y salida de la ciudad desde la aljama judía,
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con el Clamores (río que ceñía a Segovia por la orilla izquierda, ahora soterrado) al fondo y el cementerio judío (4) en la orilla de enfrente, en el flanco sur de la ciudad.
(4)Segovia estremece por las huellas de su monumental experiencia humana, laboriosa y contundentemente urdida. Aproveché y me hice con una edición de las obras completas de Baruch Spinoza (5) y un estudio de Netanyaju sobre los marranos españoles.
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Ana me felicitó desde Baeza. Su peregrinación y la mía coincidían con las de San Juan de la Cruz y Antonio Machado.
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Decidí celebrar la Vigilia Pascual en la antigua sinagoga (6) y, luego, al mediodía, con cochinillo y delicias sefardíes. Sentí que todos eran mis padres, incluso los canallas y que, herencia agradecida, tenían nuevamente la oportunidad de la fraternidad en lo mejor de mi mismo.

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