gatos y de los humanos contingentes. Tenía previsto un apretado programa. Por eso, adelanté mi vuelta de la fascinante Florencia sobre la que volé de maravilla en maravilla, aplicado en la voluntad y la excelencia tan cercana y conmovedora, hacia los misterios de Roma cuya prolífica memoria me estremece siempre y vuelve a dejármelo todo pendiente. Así que, esta vez, desde Términi fui a la incomparable Santa María Maggiore, basílica cardenalicia española. Inmensa, espléndida, perfectamente mantenida; el artesonado, la cripta, el altar mayor, la sacristía... Luego, me dirigí a Trinitá dei Monti a curiosear por dentro la iglesia que corona la famosa escalinata junto a la plaza de España donde una comunidad de monjes y monjas estaban recitando los oficios en perfecta coral. Las escaleras estaban llenas de gente. Coincidí en la celebración de la caída del muro de Berlín, ignorada por el gobierno español. Bajé por Barberini. Volví a la Fontana di Trevi, al Panteón, a la piazza Venezia, a Ara Coeli y el Campidoglio. El teatro Marcello que siempre había ladeado bajando por Bothegue oscure, apareció en su esplendor. Di la vuelta hacia el Tiber y la Isola Tiberina cuyas aguas la abrazan, ligeras, frente a la Sinagoga y el Museo judío. Anduve por el antiguo Gheto donde la ocupación nazi cometió sus abominables crímenes, incluso entre recién nacidos. En una excavación aparecen huesos amasados entre el entullo. Comí en la via del Portico d'Ottavia en la Taberna del Ghetto, Ristorante Kosher, un maravilloso Carchoffo Giudia y un Baccalá según la antigua costumbre judía regado con un vino kosher. Evocador, ritual y delicioso.
Volví a Términi para dirigirme a Fiumicino. esta vez por Le Quattro Fontane hasta la República y Cinquecento.
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