miércoles, 24 de marzo de 2010

Santiago acoge peregrinos con sus sueños y

su voluntad de cambio en un tiempo en que todavía se pueden pasear las calles sin apreturas y donde el botafumeiro no necesita sublimar las pituitarias. Camino la ciudad caminada y encuentro en la plaza Roxa a una especie "franciscana", rediviva y, tal vez eterna, repartiendo El Grito, agradeciendo 0,25 euros para pagar la edición. El joven barbado me ofrece el folleto con interés y reparo en una cita de Mao Tsé Tung, mientras el "misionero" me indica que forma parte de una organización que lucha por la paz. Admiro y comulgo con su activismo pero le indico que resulta extraño que por la paz tengan que citar a un genocida como Mao. Me aclara que su grupo lucha por la paz porque se mantiene en su ideología marxista-leninista-estalinista.
¿Cómo se puede luchar por la paz, insisto, fundados en una ideología que defiende la violencia y la destrucción, el resentimiento y el exterminio, con modelos asesinos y genocidas como el sangrante santoral al que alude y, no digamos, con guapazos psicópatas como el Ché, encima instalados en teorías del cambio social y económico no sólo fracasados sino ilusos y antidiluvianos? ¿Por qué no intentas ser como San Francisco de Asís, un auténtico cristiano que procura desde la radicalidad del desprendimiento, el amor a todos los hombres con generosidad y creatividad, trabajando desde el primer momento por tu prójimo, abierto a todo el mundo, haciendo paz, justicia y libertad, nunca destrucción ni conformismo, nunca sectarismo y, menos, inquisitorialismo, juicios sumarísimos, exclusiones y terrorismo? Los delirios de grandeza que atropellan al hombre y sus tiempos son autodestructivos y una regresión moral y en el tiempo. ¿Acaso quieres una redención mágica de la humanidad, pasada por el fuego y por la sangre? No nos queda más remedio que estar más aunténticamente comprometidos con los ideales de verdad, justicia y libertad que sin duda compartimos sin otro poder que la libertad. La libertad y la conciencia de todos.
Sí, me contesta, pero yo no quiero ser cristiano ni judío. Los cristianos se mueven entre el delirio y la estafa, atontando a la gente y los judíos acaban controlándolo todo.
¿Acaso, contesto, tan agnóstico, mago y polichinela como ZP?
Nunca como ZP -sigue el misionero-, cabecilla hueca de todos los mamones. Hay que dar caña, compañero.
A tope, amigo.
Rodeando la gran basílica encuentro un personaje encantador en un rincón encantado. Se llama Xosé Anxo, según entendí (nomen est omen!). Me suade y me persuade ante un atril con una serie de libros cercanos a la teosofía y al esoterismo. Me seducía su candor, el candor de un anciano venerable al que escuché con gratitud. De todos modos, me retiré con la convicción de que mi activismo no negaba sino que confirmaba mi identificación con Nietzsche cuando "prefería ser un hijo de puta antes de ser considerado un misionero".

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