Un poeta español separado de su patria escribe: «Lejos de España, prefiero vivir en país sin tradición, en ciudad nueva. No quiero prendarme de una tradición que no puedo comprender ni amar como la mía. Así tengo siempre y “solo” la tierra, el cielo, el mar, que son eternidad, tradición universal. Y tengo mi obra, que es mi tradición y mi eternidad, para vivir, como debo, en mi pasado, en mi vida y mi obra de España, en España, ya que fuera de España no tengo, no puedo ni debo ni quiero tener presente ni porvenir.» Pocas personas como Juan Ramón Jiménez podían definir así la impresión del exilio. No era la añoranza del paisaje inerte. No era el recuerdo de la tierra profunda y en silencio. No era la lividez ancha y prieta del cielo enmudecido. Era la agonía de la palabra puesta a los pies de las cosas. Era la belleza impune de la poesía descifrando el mundo. Era la avidez del lenguaje entrando en la materia, hablando con el espíritu inmóvil de la España perdida, comprendiendo la fuerza íntima de una patria alejada para siempre.(ABC)
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