convencerles de que tengo un cuerpo glorioso y de que no hay corrupción que a mi me alcance y que si existe algún Tomás que todavía dude de mi y de la gloria de mi enriquecimiento personal, que meta su mano en mi costado. Verá que no soy un fantasma. Pero, que no se lleve ningún billete de quinientos con el que pueda comprar otro caballito a mi hijo. Por cierto, yo no he necesitado caerme del caballo en mi camino de Damasco como Pablo de Tarso para saber que sigo los pasos que llevan al cielo en la tierra. Soy un modelo para la famélica legión.
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