domingo, 30 de mayo de 2010

Paseo Ávila: vuelan vencejos sobre la muralla y

los pensamientos. Tabletean las cigüeñas en las espadañas, se ralentiza el tiempo de los hombres haciéndose piedra y camposanto junto a las tentaciones de la Alcazaba. Plza. de Mn. Rubí. En su gran capilla aguardan los restos de los Suárez.
Las Vacas celebra su fiesta. Suenan tambores por la calle Reyes Católicos. Siguiendo por Alemania, en San Jerónimo, dos hembras se lanzan a una feroz pelea cogidas por los pelos y sus escurridizas ternillas con las garras y los colmillos desbocados. Entrambas manos con su contrapuesta mata forcejean con empellones e insultos en un amasijo caótico. Las dos nombran feamente a sus respectivas madres y se lanzan a una pelea de destrucción masiva. Por fin, algunos amigos logran separarlas mientras profieren acusaciones de alto calibre y amenazas. Continúa aquella vaga procesión con el lanzamiento al agua de la fuente que hay frente al Banco de Santander (Pl. Adolfo Suárez) de un mozo en rito establecido. La peña se desenvuelve con los regocijos y las danzas del vino compuesto.
Iba pensando en el ventillo y en el jardín ameno que estaban en aquellos mismos espacios también de Santa Teresa y cómo ni éstos ni las virtudes de tan elevada conversadora con Dios, podían hacer nada ante tanta barbarie, segmento residual, cruce neanderthalense cromañoide. Tal vez, se habían dejado de lado aquellas virtudes que hacían de las niñas modelo de sensibilidad, discreción y superior distancia ante la vulgaridad y la bajeza. Más, en nombre de la exclusividad de un macho. ¿La tele y los sórdidos guiones de algunas series y programas? ¿La reacción ante la ñoñería pseudorreligiosa? ¿La arrogancia e hipocresía de un atrevimiento progre y desnortado?
La educación es lenta, pensé, y la cualificación ciudadana laboriosa y secular porque no hay otro camino para la emancipación y el pleno ejercicio de los propios derechos y potencialidades que la libertad. A partir de ella emerge la corrresponsabilidad, imprescindible en toda convivencia. Se requier tanta paciencia como insistencia enamorada sin esperar nada a cambio. Sólo remar hacia la libertad hasta que el cuerpo aguante.
Tardea. No hay magias ni decretos fantásticos. Los días y las horas se siguen armoniosos señalando que por las tierras que pisamos y del aire almenado, todavía el mismo, ha sido posible el más depurado amor y la ensoñación.

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