jueves, 29 de septiembre de 2011

Corro a la Maestranza a celebrar un rito sacramental,

tras el sacrilegio del nacionalismo catalán. En Barcelona, en la Monumental, hoy 25 de septiembre, cierran plaza, la plaza y los toros en Cataluña, José Tomás y unos cuantos valientes y devotos. En la Maestranza ofician el Juli y Manzanares. Llegué a tiempo. No podía faltar el inoportuno e intemporal sobrero para el inútil y lunático berraco a la par que monosabio ZP, haciendo memoria histórica (por cierto, el toro sustituido por el sobrero, se pegó un porrazo contra el burladero, que lo dejó grogui, pudiendo salir de la plaza con donaire cortejado por sendos mansos, en escasos tres minutos. ZP, inválido desde el primer momento, derrota en tablas cerca de ocho años...).

En "Los toros" se prolongan los mitos eternos con rituales depurados. Los misterios de Eleusis, de Mitra y tantos otros lugares de la antigua Grecia y Roma, incluso las estrategias de Júpiter encarnado en toro para raptar a Europa, prolongan la pregunta, el desgarro, la inquietud metafísica y el misterio del hombre, de la naturaleza, de Dios y de todo. De ahí surge la vibración del riesgo y del peligro del dolor y de la muerte en un instante, el coraje por la supervivencia  y el éxito, la lucha y el valor por una vida mejor, por la libertad, el mito del héroe victorioso contra el dragón, la esclavitud y la muerte. El hombre puede convertirse de un humano desvalido y sentenciado en un semidiós, rico y victorioso, también en un instante. Milagrosamente. Esa "pascua" de la esclavitud a la libertad y la gloria, desde su condición de mortal y su voluntad de vivir mejor, estremece y atrae lo más radical de la dimensión religiosa del hombre hasta el secreto deseo de ser como dios. En Los toros se pergeña la exaltación y la exultación del deseo humano ante la naturaleza.

El toro es un dios, es naturaleza descomunal y embravecida, tan verdad como preciosa, desatada y orgullosa de sí misma, capaz de acabar con cuanto se mueva en su presencia. El torero quiere raptar a la doncella y cumplir su deseo matando a la fiera que la esclaviza, alcanzar la gloria del héroe y hacerse todopoderoso ("hacerse rico y tener un "haiga""). El torero, se viste de luces y se mueve como una mujer con su falda que es la capa ante el macho desatado al que para, templa y manda, hasta que saca lo suyo oculto en la muleta, rinde a la bestia y la clava como a una hembra de la que brotará un futuro mejor. El auto sacramental corona de gracia la tragedia del hombre y de la bestia, del dolor, de la muerte y del éxtasis prometido. El requerimiento metafísico que todo hombre-espectador lleva dentro, hirviéndole la sangre, identificado a  tiempos contrapuestos con el toro y el torero según un sentimiento azaroso, hace perdurar una emoción religiosa primordial. En "Los Toros" sucede un misterio perviviente capaz de reactivar las fuerzas más profundas del ser humano.
Claro que siempre hay gente que sería capaz de estar comiendo pipas en la Capilla Sixtina.