Sobre imbéciles y malvados
XLSemanal - 22/8/2011
No quiero, señor presidente, que se quite de en medio sin dedicarle un recuerdo con marca de la casa. En esta España desmemoriada e infeliz estamos acostumbrados a que la gente se vaya de rositas después del estropicio. No es su caso, pues llevan tiempo diciéndole de todo menos guapo. Hasta sus más conspicuos sicarios a sueldo o por la cara, esos golfos oportunistas -gentuza vomitada por la política que ejerce ahora de tertuliana o periodista sin haberse duchado- que babeaban haciéndole succiones entusiastas, dicen si te he visto no me acuerdo mientras acuden, como suelen, en auxilio del vencedor, sea quien sea. Esto de hoy también toca esa tecla, aunque ningún lector habitual lo tomará por lanzada a moro muerto. Si me permite cierta chulería retrospectiva, señor presidente, lo mío es de mucho antes. Ya le llamé imbécil en esta misma página el 23 de diciembre de 2007, en un artículo que terminaba: «Más miedo me da un imbécil que un malvado». Pero tampoco hacía falta ser profeta, oiga. Bastaba con observarle la sonrisa, sabiendo que, con dedicación y ejercicio, un imbécil puede convertirse en el peor de los malvados. Precisamente por imbécil.
BENGALAS: No lo podíamos decir mejor. Así que, ¡cómprese un traje a rayas! La camisa de fuerza ya llega demasiado tarde.
(Por cierto, BENGALAS empezó el 28 de noviembre de 2007: un mes antes del artículo al que se refiere Pérez-Reverte: Algunos olíamos el desastre y la podedumbre).
(Por cierto, BENGALAS empezó el 28 de noviembre de 2007: un mes antes del artículo al que se refiere Pérez-Reverte: Algunos olíamos el desastre y la podedumbre).
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