junto a María del Mar Blanco, hermana de Miguel Ángel. Ella estaba entusiasmada y gritaba con una fuerza que me sorprendió y, casi, anonada, contra el mundo de ETA que miraba entre incómodo y sorprendido, cobarde (¡asesinos, cobardes, sin pistolas no sois nadie...!). Sólo se acercó un borracho a decirnos que nos fuéramos. La acera inoportuna para su tambaleante caminar, dió con él en el suelo. Con María, mi timoratez -jamás se me habría ocurrido gritar y menos tan desgarradamente- se aceleró a acompañarla en su coraje. Fue una gran experiencia para mí, cuando el matonismo moral de mi entorno, me aconsejaba enmascararme con el terreno.
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