En la historia del arte, más allá de la belleza, la pulsión del deseo y el refinamiento, se aloja también la inmundicia de algunas pasiones. Hay obras más o menos sublimes que sirvieron para desmochar el vientre de algún adversario. César Borgia tenía puñales muy finos diseñados por Leonardo da Vinci. La crueldad y la codicia son parte de la estética de algunos seres de tiniebla. Una obra de arte puede ser también el lujo de una venganza, el botín de los saqueos, el triunfo dorado de una humillación. El arte lo acepta todo. Pero lo que antes se resolvía junto a las ruinas de después de la batalla hoy sucede en la sala de subastas. Una cripta donde un puñado de muecas exquisitas delatan que en ese aquelarre -reservado el derecho de admisión- se amasa una estafa cuya cruda verdad sólo saben unos pocos. Es la vieja ceremonia de convertir en mercancía salvaje un cuadro firmado por un pintor relevante. El aforo de las casas de pujas en los días de fiesta grande es un espectáculo: abogados con corbata de titanio, comisionados de fondos de buitre, contratistas gañanes, intermediarios con estela de mundanidad. Todos pajariteando para mantener el negocio de unos cuantos desaprensivos; luego migajearán el alpiste de la orgía.(Antonio Lucas: EL MUNDO)
1 comentario:
Bien descrito este tema del arte y la inmundicia.Los pintores y escritores que llevan una vida licenciada.El que roba a necesitados y luego se va a comprar lo que un artista drogadicto ha pintarrajeado.
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