Da igual lo que ocurra en las urnas el 21 de diciembre. Ocurra lo que ocurra, ellos ya han perdido. Y ellos son los separatistas. Para un barcelonés perplejo como yo, siempre habrá dos misterios incomprensibles en ese tedioso asunto, el del micronacionalismo local. El primero es el de cómo entender que los catalanistas hayan logrado persuadir a tantos y tantos españoles de que ellos representan el supremo exponente de la modernidad, del cosmopolitismo europeo e ilustrado dentro de la Península Ibérica. Para mí, que arrostro la penitencia de convivir con ellos desde hace 56 años y algún mes, eso siempre constituirá un arcano absoluto. El segundo enigma tiene que ver con otro encantamiento colectivo que sufren mis compatriotas en su percepción de esa gente. Me refiero a la tan generalizada presunción de que los distintos líderes del separatismo catalán siempre han sido personas muy inteligentes. La suprema inteligencia presunta de Jordi Pujol, ese viejo ladrón que está acabando sus días como un paria, un apestado incluso entre los suyos, reconozco que no soy capaz de verla por ninguna parte. Y la de Artur, el Astut, aquel altivo y engallado milhombres que ahora anda rogando limosna por las esquinas para no ser desahuciado por el Tribunal de Cuentas, tampoco se me antoja la propia de un superdotado. En cuanto a las de Junqueras, Puigdemont, los Jorges y el resto de la colla, por piedad cristiana más vale no decir nada. Por lo demás, podría pensarse que, tras la que han liado, ya habría elementos suficientes para hacerse una idea precisa de hasta qué altura se eleva el encefalograma de esa tropa...(LIBERTAD DIGITAL)
1 comentario:
El fanatismo emocional se extiende como una plaga entre los supuestos inteligentes,como ha pasado ya tantas veces en el pasado.Las mentiras repetidas se las terminan creyendo como si fueran verdades incuestionables.Son egolatras envenenados por sus sentimientos idealizados hasta el delirio.
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