Veramente. Se necesita patear Roma. Más, dejarse llevar hasta que la ciudad te macere y te revele su nombre secreto, que es su auténtica muralla. Inaccesible a todo menos al amor que es cuando RomaamorR se entrega. Has decidido caminarla siguiendo unas huellas misteriosas que señalan su encanto. No hay calle o vía que no tenga su basílica, sus esquinas sagradas dedicadas a un misterio, el de la Virgen María, una cúpula por lo menos y un cardenal, o una fuente o, en su defecto, un obelisco, ese surtidor de agua petrificada al ser sorprendida voluptuosamente en su apasionada soberbia y en su complacida inmanencia. Desde la antigua Roma, la de Julio César y la de Augusto, Virgilio y Cicerón, la de los papas, la de los peregrinos, mártires, vírgenes y santos, fámulos y esclavos, la de Santa Agnese in agonia, la del Quatrocento, la del Cinquecento, la de Michelangelo y Bernini, la del Risorgimento, la de Don Bosco, la de Cavour y Garibaldi, la del movimento operaio, la de Mussolini, la de Berlinguer y Aldo Moro, la de Rosa y su Lotta Continua e Giovanna, la del EUR y la del “Sí, sí, Dolores a Madrid” (en 1975, yo estaba allí), la de María Zambrano y la de Juana y sus hermanos misioneros.
La de los gatos.
Cada paso es un recuerdo y una iluminación. Desde Rómulo y Remo hasta nuestros días la memoria evoca la excelencia y el martirio por la patria.
A Deo et patria noscimur, testifica, en latín, la eternidad de una convicción persistente, somos conocidos por Dios y por la patria, está escrito en el frontispicio de la Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de guerra (aquí todavía ZP y algunos de los suyos tirándonos los muertos de l guerra civil y las víctimas del terrorismo por la cabeza). Nunca el resentimiento y la división, estrategia estúpida y persistente con el delirante nietito ZP y los restos del naufragado marxismo-leninismo-estalinismo y la pretenciosa antigualla de la misión masónica. Seguid conmigo, tácitos amigos. Podemos cruzar Roma en dos líneas de metro, A y B por un euro entre secretas, interminables y nobilísimas ruinas. No es el metro que se merece el esplendor de Roma, oscuro, de apariencia sucia, tosca y desdeñada, con grafitis poco ingeniosos y abandonados y sin mármoles de Carrara. Pero, es eficaz.
¿Cuándo entenderán los políticos aquel principio de la civilización cristiana de que el único rostro de Dios es el hombre y se dedicarán más que a construir pirámides o mastabas, catedrales y templos, palacios y curias, delirantes maneras de someter a los dioses a nuestras imágenes y torpes designios, a crear edificios humanos y administraciones eficaces en permanente renovación al servicio del ciudadano?
¿Cuándo entenderán los políticos aquel principio de la civilización cristiana de que el único rostro de Dios es el hombre y se dedicarán más que a construir pirámides o mastabas, catedrales y templos, palacios y curias, delirantes maneras de someter a los dioses a nuestras imágenes y torpes designios, a crear edificios humanos y administraciones eficaces en permanente renovación al servicio del ciudadano?
La vulgaridad y el desastre, el imperio de la incompetencia y el chapuz, el arribismo que nos abruma, con ZP y su gobierno a la cabeza, se desenmascararía solo ante estas maravillas hechas en nombre de la excelencia. Incluso entre sus ruinas. Si el profesional desarrollara su obra como si fuera para Dios y al hombre, a todo hombre, lo tratara con la dedicación y la maravilla ofrecida a los dioses como si les fuera la vida en ello, nuestra convivencia sería el distintivo de nuestra cultura como lo son las ruinas, todavía exigentes, de nuestros antepasados. ZP y los suyos, acogidos a la arrogancia del ignorante y a su sedicente superioridad ética, no necesitan ya darnos más salvadores y humillantes sermoncitos para prometernos mágicos brotes verdes.
Basta con que contemplemos su cultura del “da lo mismo”, del “más o menos”, del inequívoco legal "discutido y discutible" o del “como sea”…para comprobar que no da más de si que la pastelina, el moco y la caca. He cogido desde la plaza del Risorgimento (esquina de la Ciudad del Vaticano), llegamos a la Vía di Ezio, luego a la plaza Cola di Rienzo, en un barrio tranquilo y acogedor, protegido y sombreado por plátanos y acacias.
La ciudad te atrapa y te lleva, rompiendo la "diritura" del itinerario por donde su magnificencia te exige, así que, estando aquí, observad la extraña iglesia Valdense toda de blanco;
Allí queda el majestuoso Castello di Sant´Angelo porque vamos a dejar pendientes los pormenores de la vía della Conciliacione y Piazza San Pietro porque, entonces, ya nos perderíamos de la ruta que he previsto. Lo dejaremos para otro momento.
Bordeemos el Tiber por el Lungotevere Vaticano, Castello, Prati hasta el de Michelangelo y, por el Ponte Nenni llegamos al Lungotevere di Brescia, plaza Flaminio, la entrada a Villa Borghese, tentación postpuesta,
espléndida Piazza del Popolo, la espina dorsal Vía del Corso, a la derecha el Mausoleo di Augusto y el Ara Pacis,
(¿Habéis reparado en la excelencia de conseguir la sensación de sublime espiritualidad en el mecerse de una falda en movimiento delicado sobre una piedra?),
a la izquierda por Vía Condotti, a Trinitá dei Monti,
la alongada Piazza de Spagna (¡qué harán tantos contenedores de basura a su entrada…chè schifo!);
retomemos la derecha de Vía del Corso para llegar a Piazza Colonna (sede de Il Tempo), al Palazzo Montecitorio
y dar con el Panteón (Mascagni, el de Caballería rusticana, ti ricordi?, vivió al lado), ahora Basílica de los Mártires donde se encuentra enterrado el rey de Italia Victor Manuel.
Cruzamos de nuevo el Corso para llegar a la Fontana di Trevi,
sigamos hasta la Piazza della Pilotta, sede de la universidad Gregoriana de los jesuitas, del Pontificio Instituto Bíblico, del Instituto de Espiritualidad, etc.
Salimos a la vía 4 de noviembre, bajamos por la del Plebiscito hasta Palazzo Venezia (desde donde arengaba el Duce con su teatralidad urulante e spaventosa)
y el fantasmagórico Monumento a Vittorio Emmanuele II en mármol blanco, junto al Foro romano.
La preciosa Basílica de San Marcos, la tenebrosa Vía Bottegue Oscure, il Gesù, factura jesuítica incomparable,
Largo di Torre Argentina y Area Sacra. Vamos a dejar, iremos luego, el Campo dei Fiori, aunque nos quede tan cerca. Tomamos un capuchino en mi recordado Cafè di Giussepe Antonio.
Cruzamos la vía del Corso (Vittorio Emmanuele) y llegamos a la espléndida Piazza Navona, antiguo Estadio de Diocleciano, con su gran Pirámide, la Chiesa di Santa Agnese in agonia (Quem vidi, Quem amavi, Quem credidi, Quem dilexi!, qué programa amoroso!),
la capilla con su cabeza, las fuentes, las estatuas descomunales y sus leyendas, los pintores de calle y sus cuadros, la librería española donde compro el perdido Metáfora Viva de Paul de Ricoeur. La Basílica de Nuestra Señora de la Paz. Ramoneamos los lugares secretos y las escurridizas callejuelas que nos llevan al Ponte Humberto. Comamos. Es hora. Siempre junto al Tíber. Una pizza y un gelato?
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