Cuenta san Policarpo que cuando san Juan - el más joven de los
apóstoles de Jesús - era muy viejo, sus discípulos le llevaban a la
iglesia para que predicara. El anciano apóstol sólo decía: «Hijitos
míos, quereos mucho». Los discípulos estaban hartos de esa
monotonía, y le pidieron que les contase otras enseñanzas de Jesús.
Y Juan contestó: «Es que no le oí decir otra cosa».
El cristianismo comenzó siendo una forma de vida, pero acabó
convirtiéndose en la aceptación de un «credo» fundado en
metafísicas... «Quien dice que ama al Señor y no se comporta bien con su
hermano, miente», es el mensaje de las cartas de San Juan.
En los profetas hay, también, una visión de la fe muy simple: « ¿Quién subirá al monte de Jahvé? El hombre de corazón recto y
pura voluntad».
Pero, ¿existe algún hombre que no tenga que habérselas con sus metafísicas, como todo topo con su tierra? San Juan no habla de reducir el horizonte teológico del hombre a antropología o a psicología sino a la transformación del hombre hasta su hondón divino.
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