viernes, 2 de octubre de 2015

La independencia sería una ruina, pero el independentismo


 
es un gran negocio: El de la industria clientelista del poder. Nadie debe engañarse: el nacionalismo catalán va a seguir con su matraca. Esté o no al frente el imputado Artur Mas –atención a la ley de Murphy: siempre puede llegar alguien que lo haga añorar–, la cuestión catalana continuará atravesada, como un camión averiado en la carretera, en mitad de la vida pública española. Los soberanistas han ido tan lejos que no pueden frenar su huida hacia adelante sin riesgo de aventar su ya escasa cohesión política. La insuficiente victoria del domingo, en realidad una derrota en los términos plebiscitarios planteados por ellos mismos, les obliga a replantear fórmulas tácticas y tal vez calendarios, pero no les disuadirá del empeño porque no tienen con qué sustituirlo: están en peores condiciones para dedicarse a gobernar y además ya han demostrado que no saben.

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