lleva a Barreda a querer salvarse en la balsa hundida del Estatuto de Cataluña. Sin vergüenza, sin pudor alguno, aprovecha con sus compañeros para lanzarse en un piélago corrupto, hambrientos de poder, famélicos y enloquecidos, al "sálvase quien pueda", para amasar los restos de un naufragio y la desesperación de la autodestrucción, lejos de los parias de la tierra a los que se deja perecer, otra vez engañados por aventureros de sus propias causas.
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