viernes, 16 de abril de 2010

Santiago Carrillo en su consuetudinario afán

por evitar cualquier tipo de crispación, de procurar el respeto y la fraternidad entre todos los ciudadanos, comprometidos en trabajar por una convivencia cada vez más democrática como personas libres e iguales, lejos de dogmatismos, inquisiciones, checas..., aunque con el viejo cigarro encendido en la boca y el mechero de gasolina cerca, agradece que miles de jóvenes reclamáramos en el EUR (1975) de Roma su regreso a España con Dolores Ibárruri para retomar nuestra voluntad de ciudadanía después de tanto horror vivido por la mayoría de nuestros padres y abuelos, llevados de un lado a otro tras distintos banderines. Agradece haber podido integrarse en la reconstrucción de España abierta a cuantos tuvieran esa voluntad democrática (la "paz, piedad, perdón" reclamada por un Azaña compungido), lejos del destino de su amigo Ceausescu, ultimado sumarísimamente, por justicieros de su raza ideológica; agradece que le consideren un demócrata y que le dejen vivir divinamente, pontificar de ética como un santo padre e inquisidor general, con el mechero cerca, el cigarro en la boca y el recurso al terror del guerracivilismo, miserable estrategia de la que se beneficia por su condición de agrimensor de las conciencias y de la historia y desde la arrogancia sedicente transformadora de la realidad por la famélica legión, ya sin "pelucas". También la ingenuidad de entonces (Eur, 1975) escribió una historia que en Carrillo se ha coronado de cinismo e impostura y en algunos de nosotros de coraje e indignación.

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