sábado, 23 de agosto de 2008

Azcárraga, víctima de su propio veneno nacionalista,

vive instalado, como un parásito, en la ilusión de ser el alfa y la omega del poder político recibido. Pretende ir al universo para que se lo reconozcan si el débil Constitucional y la pródiga constitución española se lo niegan. No sabe hasta qué punto ignora que la arrogancia de los parásitos es su sentencia de muerte. En cualquier caso, su ceguera no le exime de responsabilidad criminal como promotor de un nacionalismo colaborador necesario en la destrucción de la libertad de todos los ciudadanos por igual en una democracia. Cecidunt turres feriuntque summos fulmina montes! (Rayos habrá que acaben con tanta arrogancia!).

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