martes, 29 de abril de 2014

"Yo soy más catalán que nadie", dice el charnego

avergonzado de sí mismo, incapaz de reconocer dónde nacieron él o sus padres o sus abuelos, hecho un "cagueta". Tiene miedo de que lo desprecien "pa que no le digan que es o ha sido pobre de pedir o un desgraciao que no pertenece a la raza superior que lo avasalla".
- Ningún hombre puede despreciar a otro. El fascismo, el nazismo y el comunismo tienen la misma filosofía de humillación y sometimiento de quienes no son de los suyos. El siglo XX es testigo de las consecuencias miserables y catastróficas de este modo de pensar.
- Además, desde el espantajo y la mentira. ¿Qué sería de Cataluña y del País Vasco sin quienes les han provisto de óvulos y espermatozoides, de ingenio, trabajo e ilusión y de cultura de refresco del resto de toda España? Más de cuatro quieren vivir todavía del comercio de esclavos, con su puta y su miñona.
- Charnego, aceitunero altivo, alza tu cabeza, porque eres una persona, un dios en medio del mundo y exige respeto. Porque todos los hombres somos iguales, sea cual sea su Rh, el color de su piel, su lengua, sus creencias, sus formas de bailar y de cantar... Que no roben tu alma. Que llevas un Velázquez dentro, una Teresa, un Juan de la Cruz, un Picasso, un Severo Ochoa, un Alonso, un Nadal, un José Tomás... Andando, con la cabeza alta.

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