eleva, florido, de entre un omnipresente románico. Aquí, exquisitos referentes muy importantes para mí, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Antonio Machado, María Zambrano y alguien más, me evocan sensaciones y emociones muy especiales de forma que puedo recuperar sus presencias y la mía misma, en bilocaciones o polilocaciones, como si estuviera en su mismo espacio, haciendo caso omiso de la distinta condición temporal, coincidiendo o no con ellos, pero en su misma atmósfera y espíritu. Me sucede ya, sin otra referencia personal que la de los paisanos entretenidos en sus quehaceres de cada día, tanto en una ciudad como en otra, caminando por sus calles, entretenido y avisado en†re espacio y tiempo.
Así me muevo por la calle Comercio o la Real o en el parque Teotocopulos-el Greco junto a las grandes Sinagogas, en Toledo o bajo el Acueducto, por la capilla del Sagrario de Segovia o por su Alameda junto al Eresma, o en el Monasterio de la Encarnación, en el Mercado Chico de Ávila, la calle Reyes Católicos y el cordón de sus murallas. Me puedo encontrar en el Paseo Fabra i Puig, en el Tibidabo o en el barrio Gótico de Barcelona, al tiempo que, cruzando la calle, me sorprendo en la del Castillo, hablando con Jonathan sobre el último producto Appel, o en La Campana de Sevilla,
la calle Sierpes, San José y el Prado de San Sebastián o la Maestranza, o sin solución de continuidad, bajando al lateral del barranco de Santos junto a la Concepción o discurriendo mis higiénicos paseos de ida y vuelta al Corte Inglés en Santa Cruz de Tenerife, desde mi casa. Y me pareciera, en cualquier momento, entrar a tomar el descafeinado en uno de los bares desde cuya barra me esperan, atentos, camareros amigos en lugares tan, aparentemente, distintos y lejanos... Debo tentarme para confirmar estar más aquí que para allá, aprendiendo intensidad vital y desprendimiento, cosa extraña, pero cada vez más cómoda, imprescindible e inevitable. Relajado, recorro, ahora, la Plaza Mayor, la de la Merced y el Convento fundado por Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Acudo al interior de la iglesia de la Vera Cruz con su fuerza templaria o de los Caballeros de la Santa Cruz de Jerusalén o a los secretos lugares donde se escondía san Juan a rezar, ese hueco de una roca calcárea,y alcanzo su "disparatado" túmulo en la iglesia del Convento fundado por él. Vuelvo por la cuesta de la Zorra, ya con paradas; charlo con Rosa en el café Colonial, en la plaza del Corpus Christi, tras haber comido en el Restaurante Mudéjar con su larga historia y sus ecos pendientes. La iglesia de San Martín, frente al hotel restaurante Las Sirenas y la plaza de Juan Bravo en frente, que muestra la raíz rebelde de estas gentes más cerca del cielo, de la luz y del espíritu. Bulle el mundo en todo el paseo Fernández Ledreda, desde el Acueducto hasta la iglesia de san Millán, lugar único, donde uno podría morirse y desaparecer, ya polvo, junto al Clamores al pie de la Catedral, cabe al cementerio judío.
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