No deja de ser paradójico que el arquitecto español más popular e internacional haya terminado convertido en el símbolo del pelotazo arquitectónico. En menos de tres décadas, Santiago Calatrava (Benimámet, Valencia, 1951) ha pasado de ser el prometedor nuevo Gaudí a encarnar, en el imaginario popular, la irresponsabilidad profesional y la ética cuestionable: alguien que retrasa sus entregas, cuyos presupuestos se multiplican sistemáticamente —hasta por cinco— y que comete una y otra vez el mismo error en la construcción de puentes resbaladizos o de mecanismos móviles que, tras un desembolso millonario, terminan inmovilizados.
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