Bajando hacia la Estación de Cercanías de Atocha sobre la escalera mecánica de la derecha, apoyé mi mano en el pasamanos sin percatarme de su decrepitud, de forma que las escaleras descendían más velozmente que el propio pasamanos. Así fue cómo el escalón en el que se apoyaban mis pies se iba alejando del punto de la cinta al que se aferraba mi mano derecha. Quedé tumbado sobre una escalera que descendía implacable. Un ciudadano responsable me echó una mano. Menudo sofoco.
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