..."Poco a poco dejé de ir a los toros...Dejé de emocionarme...Y me detuve a pensar si aquel espectáculo era algo tan neandertal como decían. El caso es que marché por otras trochas y casi con algo de culpa defendía con pudor que a mí me habían gustado mucho las corridas de toros en otro tiempo, que había disfrutado algunas tardes de arrebato, que le encontraba una fuerza estética y una encrucijada extraordinaria cuando sucedía lo que uno busca en algo así. Me justificaba con Lorca, con Alberti, con Ortega y Gasset, con Chaves Nogales, con Gerardo Diego, con Bergamín, con Caballero Bonald, con Paco Brines, con Pere Gimferrer, con Felipe Benítez Reyes, con Carlos Marzal. Con mi padre. Eso pasó. Que casi abandono y aún no sé porqué...Pero es que me gustan los toros y para eso no tengo defensa"... Lo que pasa es que "en San Isidro no se suele ir a ver los toros, sino a mirar y ser mirado"... Me gustan porque me encuentro con "algo terriblemente bello"... Es que "algunos toreros honestos permiten por unos minutos crear un mundo a medida con mirada nueva. Eso es la emoción. "Porque la belleza está en la mirada"... El toreo tiene un poso de iberismo de pedernal y sangriento..."
- Antes que todo eso, Antonio, los toros son la celebración de un sacrificio metafísico de iniciación, comunión y muerte, de un cielo y un infierno no merecidos pero sí provocados, de resurrecciones.
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