El nacionalismo está obsesionado con la narrativa, empecinado en el relato, en el matiz, el tono y el trazo de la fábula. Los abogados del Estado no tienen nada que hacer frente a la historiografía catalanista. Es una batalla perdida. La potencia mediática del separatismo no sólo es una cuestión de volumen sino de sumisa aceptación de que el concepto España es el enemigo del concreto Cataluña en las guerras de Els Segadors (1640), Sucesión (1714) y Civil (1939). Ha calado la manipulación de presentar esos conflictos como la evidencia de una tensión nacional no resuelta. Se prescinde del detalle de que ninguna de esas guerras era de España contra Cataluña o al revés, y de que en todas aquellas batallas hubo catalanes en los dos bandos, porque ser catalán no era la encarnación étnica y lingüística de un destino en lo universal, sino un accidente geográfico en un territorio que jamás fue un ente soberano. Con un fondo muy endeble, el catalanismo ha elaborado un guión que tiene un predicamento absoluto en Cataluña, cierta implantación en el resto de España y una credibilidad ínfima en el extranjero. De ahí que el gran contratiempo del procés haya sido que sólo la Liga Norte o los Verdaderos Finlandeses hayan aceptado retratarse con el minister catalán de Exteriores, el consejero regional Raül Romeva. Nadie con dos dedos de frente y una mínima agenda internacional se ha dignado a recibir a la delegación separata, ya fuera encabezada por Artur Mas o por el tridente Puigdemont-Junqueras-Romeva. Y eso a pesar de los denodados esfuerzos de Margallo por convertir el principado en Gibraltar. (PABLO PLANAS)
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