El apoyo de un ideal en base al pasado ha sido una constante a lo largo de la historia, pero no por ello se convierte en un acto menos vil, destinado deliberadamente a -ya sea debido a la búsqueda del engaño o a la simple ignorancia- conseguir adeptos a la causa. Buen ejemplo de este uso del pasado con fines meramente propagandísticos es el desarrollado por el secesionismo catalán desde hace siglos. A la hora de buscar el comienzo de esta deformación de los hechos en la Comunidad Autónoma tenemos que retrotraernos hasta finales del siglo XIX. Momento en que los líderes de la «Renaixença» (movimiento cultural catalanista) se vieron en la necesidad de buscar en la Edad Media la justificación al nacionalismo. Sin embargo, las conclusiones que sacaron -en algunos casos- no podían estar más erradas. Vamos por partes. «Marca Hispánica» Aunque ya se habían realizado algunos tímidos intentos en el pasado, fue el emperador y rey de los francos, Carlomagno, quien se decidió a llevar a cabo la conquista de los territorios inmediatamente ubicados al sur de la actual Francia. El objetivo de esta política expansiva era hacerse con una barrera defensiva contra el persistente empuje ejercido por los árabes desde el sur. De este modo, en el 785 se ocupó Gerona y en el 801 Barcelona. Estos territorios conquistados por los francos pasaron a formar parte así de la conocida como «Marca Hispánica» (nombre que resulta muy incómodo a los historiadores nacionalistas actuales, llegando incluso a omitirlo o modificarlo). Esta estaba dividida en condados los cuales respondían ante un marqués, a saber: Ampurias, Rosellón, Barcelona, Gerona, Besalú, Osona, Cerdaña, Urgel, Pallars y Ribagorza. Los mismos fueron ocupados principalmente por los conocidos como «hispani» (nombre que le dieron a aquellos cristianos que fueron removidos fruto de la conquista musulmana). Carlomagno Carlomagno- Antonio Durero Como explican los autores de «Cataluña en España, Historia y mito», Wifredo el Velloso (uno de los personajes más mitificados por la historiografía catalana) adquirió en el año 870 del rey carolingio Carlos el Calvo el control de los condados de Cerdaña y Urgel; a los que al poco tiempo añadió el de Barcelona, logrando además «sisarle» a los francos la elección de sus sucesores. Es debido a esto que no pocos historiadores (más o menos relacionados con el nacionalismo) le conceden el papel de artífice de la creación de Cataluña. Apreciación equivocada a la par que anacrónica, pues como señala Josep Fontana en «La formació d´una identitat, una historia de Catalunya», hasta bien avanzado el siglo XII no hay constancia alguna del uso del nombre de la actual comunidad autónoma. Lo mismo ocurre con el mito de la creación de la «senyera», según el cual Carlos el Calvo haciendo uso de la sangre de Wifredo habría reproducido por primera vez las famosas cuatro barras. Sin embargo, como explica Jordi Canal en su obra «Historia mínima de Cataluña», los emblemas heráldicos sobre escudo datan del siglo XII. Es por esto que la versión según la cual fue Ramón Berenguer IV quien comenzó a utilizarlo tras la unión del condado barcelonés con el reino de Aragón tiene más sentido. También con respecto a los artificios históricos creados en torno a el Velloso cabe responder que -como aparece recogido en «Cataluña en España: Historia y mito»- este simplemente fue un noble que supo aprovecharse de la progresiva debilidad imperial. Toda vez que tras la muerte de Carlomagno sus posesiones se fueron fracturando progresivamente. El reino de Aragón El relevo carolingio lo tomó en el 1157 la corona de Aragón mediante el matrimonio entre el conde Ramón Berenguer IV (quien adoptó el título de príncipe) y la hija del monarca Ramiro II: Petronila. A pesar de que ambos territorios conservaron sus propias leyes e instituciones es un hecho que los dominios catalanes quedaron insertos dentro de la corona, al igual que ocurriría en el futuro con otros territorios.
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