sábado, 7 de mayo de 2016

Constantina murió hace tres años.

(Mientras ellos permanecen para siempre nosotros envejecemos)

La tengo, cual mezuzá interior, a la salida de casa. Su recuerdo me contempla y bendice con magnanimidad cuando salgo a la calle y sigo dando vida a sus anillos y a la cadenita con su cruz, a la piedra testigo de la combustión de sus restos y evoco el sentido de la vida repasando su esfuerzo, encanto y alegría derramados desde los olivos de Benatae y la artesa de la masa que amasaba las mañanas después de ordeñar las cabras, los pedazos de carne que partía y troceaba y que ajustaba luego, de ovejas y cabritos y en las matanzas con sus morcillas y chorizos, hasta el promisorio Turó de la Peira en Barcelona y la Pineda de Mar. Y caigo en el silencio y el misterio de la vida y nuestras pequeñas vidas marcadas, no sabiendo. Como ella que no habló de otro cielo ni otro infierno que no resolviera cada día.

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