lunes, 19 de junio de 2017

JUAN MA­NUEL DE PRA­DA en la muerte de FAN­DI­ÑO: ABC.



Fan­di­ño nos aca­ba de dar la lec­ción más cru­da y esen­cial de esa ca­te­que­sis que ya ca­si na­die en­tien­de en Es­pa­ña. A Iván Fandiño lo vi, en una de sus tardes de gloria en Las Ventas, entrando a matar al toro sin muleta, como si quisiera fundirse con él, hasta hacerse minotauro. En el toreo de Fandiño había una visceralidad que lo llevó a especializarse en ganaderías duras, de las que las estrellitas no quieren ni oír hablar. Así, toreando toros imposibles, hizo faenas memorables, de las que salía hecho un eccehomo, con los caireles tintineando sangre y la mirada apuñalada de muerte. De Fandiño, vasco de Orduña que había sido pelotari antes de acariciar el percal, escribió muy bellamente Rosario Pérez que «sus arrugas encierran el verso machadiano del hombre que vive en paz con el mundo y en guerra con sus propias entrañas»; y esta guerra íntima lo obligaba a vivir en un desafío constante... En toda faena hay una prefiguración de la muerte y de la gloria eterna... En el toreo hay una catequesis bestial de las realidades más dolorosas y gloriosas de la vida. Y Fandiño, muriendo a manos de un toro, nos acaba de dar la lección más cruda y esencial de esa catequesis que ya casi nadie entiende en España. Escribía Foxá que los toros son «el espectáculo de un pueblo religioso acostumbrado por su sangre a pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá». Esta aceptación serena de la tragedia, este pasearse tranquilamente entre el más acá y el Más Allá...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Defendamos al toreo sin temor a que nos quieran convertir los podemitas y compinches en vegetarianos a todos,ahora se llaman veganos estos que escriben twits que se alegran de las muertes de los toreros en claros delitos tipificados como delitos de odio.