desde aquella Castilla ardiente, de entre los terrores de un celdujo y el desprecio, con las ilusiones de la Sierra de Segura y su jardín florido, Juan de la Cruz descubre un camino enamorado tal como balbucea en "quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado sobre las azucenas olvidado". Un día como hoy en Úbeda (esperando el destierro a Méjico), un inefable horizonte y un esperanzado futuro.
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