miércoles, 19 de junio de 2013

Puente Génave, donde el Guadalimar

empapa su fértil cauce y se arrebata en cañaverales y juncos cerca del puente. Los gatos de bronce se han quedado quietos, testigos silenciosos que esperan, desganados, como esfinges, el sucederse del tiempo. Aquí vinieron la Constantina y Benerito, jóvenes y resueltos, a enhebrar la vida y el mundo, conducidos por un extraño designio en una sierra única, capaz de ofrecer notas y flores, matas olorosas y rumor nemoroso, pinos, olivos y carrascales, moras y mermeces, higos y madroños para un incesante hacerse del Cántico Espiritual.
Fue en la calle San Isidro 21,
cerca de la Iglesia y a doscientos metros del puente. Allí se sucedieron el campo, las mulas, el bar, donde todo el mundo quería tomar "fiao", la peluquería, los consuelos de la bandurria y el "dorado", la emigración.  Nacieron los chiquillos en Benatae...


Para abrirse camino él se fue a Barcelona y ella se multiplicó en el pueblo. Las cartas tenían la cortesía del recién aprendido, ambicioso de saber, y la dedicación de quien conocía sus obligaciones con su tierra extrañada. Al poco tiempo, Pubilla Casas y Las Ramblas. Luego el Turó...
¿Qué arco habrá arrojado estas saetas que somos, qué cumbre puede ser la meta?
Ellos hicieron su papel movidos desde Peñalta al Tibidabo en las mañanas frías y húmedas del invierno y húmedas y ardientes del verano, ellos ya nos esperan allí, más allá de Collcerola, con su urdimbre hecha. Fue el día de su cumpleaños. Él que desafió su atareado tiempo, ha vuelto a coger sus artes para arreglar a Dios.

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