abandono, con mofletes desparramados tanto como su panza y los sobrados costillares, me observa mientras manipulo con el móvil. Suponiéndome esclavo de ese artilugio, me saluda y me comenta su prolongado seguimiento de mi inacabable sesión.
- Buenos días. Permítame presentarme. Le vengo observando escribiendo sin descanso.
- Ah, ya! Con este bicho.
- ¡Bien dice usted bicho! Es el objeto que más odio, me dice el desparramado regordete.
- Ah, ya! Con este bicho.
- ¡Bien dice usted bicho! Es el objeto que más odio, me dice el desparramado regordete.
- Pues, mire usted, no diría tanto. Puede aislarnos más de lo que imaginamos (sobre todo a él que, de pie, ya junto a mi mesa después de tomar un café, más aislado e incomunicado de lo que pudiera imaginar, a pesar de decirme que tiene tres hijos mayores y varios nietos). Pero, no es el caso, porque en este momento siento que ha sido "el bicho" que me ha resultado más útil desde hace tiempo porque he podido felicitar a más de cincuenta amigos de un golpe.
- Perdóneme, sabe lo que menos importa en la vida? Se lo digo por la sabiduría que da la edad o la experiencia.
- El dinero.
- Eso. El dinero. Y sabe lo que importa más en la vida?
- El cariño y el amor de Dios (ya no me corto) -le dije para "provocarle"-.
- El cariño, vale. Pero, lo de Dios... Yo no lo he necesitado nunca.
- Por mi fe y tradición, Dios lo es todo para mi. Quien me permite no perder la esperanza, reactualizar la ternura, quererme y respetarme a mi mismo y acordarme y procurar tratar a los demás desde el respeto a su misterio y hasta a estar particularmente comprometido con el mundo y las cosas.
- Usted no será un beato. Discúlpeme el prejuicio, porque yo le veo muy atento y sensato.
- Gracias. Cada uno es responsable de sus riesgos. Incluso de su adanismo.
- Perdóneme, sabe lo que menos importa en la vida? Se lo digo por la sabiduría que da la edad o la experiencia.
- El dinero.
- Eso. El dinero. Y sabe lo que importa más en la vida?
- El cariño y el amor de Dios (ya no me corto) -le dije para "provocarle"-.
- El cariño, vale. Pero, lo de Dios... Yo no lo he necesitado nunca.
- Por mi fe y tradición, Dios lo es todo para mi. Quien me permite no perder la esperanza, reactualizar la ternura, quererme y respetarme a mi mismo y acordarme y procurar tratar a los demás desde el respeto a su misterio y hasta a estar particularmente comprometido con el mundo y las cosas.
- Usted no será un beato. Discúlpeme el prejuicio, porque yo le veo muy atento y sensato.
- Gracias. Cada uno es responsable de sus riesgos. Incluso de su adanismo.
- Usted parece un filósofo. Bueno, todo eso se lo digo en confianza, porque usted debe tener mi edad más o menos.
Me di cuenta de que el adolescente que llevo dentro se vino abajo porque nunca imaginé que pudiera tener un aspecto tan deteriorado y viejo como el de mi perspicaz interlocutor. ¿O será que también él se sueña un adonis por muy desencantado que esté de la vida y de los nuevos artefactos?
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