De pena. Que un vanílocuo, encandilado y vagañete, un desmadejado histrión y marrullero, reciba las ciegas adhesiones de sus devotos exige, cuanto antes, el más radical de los laicismos. La sacralización de lo relativo es un síntoma, cuando menos, de neurosis. Más si es tan deleznable. Tener los dioses cercanos siempre fué una tentación humana, hecho de necesidades metafísicas, de urgencias y perentoriedad. Ese es el testimonio del becerro de oro. Los perdidos en el desierto de ZP nunca soñaron ni lucharon por la tierra prometida. Continúan prefiriendo los puerros de Egipto con su esclavitud.
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