viernes, 23 de mayo de 2014

Acabo de ver "Ocho apellidos vascos". Es un

sainete que sería ridículo (aparte de su desigual guión y composición) si no fuera más trágicamente ridícula la fantasmagoría criminal del nacionalismo que continúa arrogantemente imperando en algunos territorios. En ese sentido, es un acierto su función ridiculadora de su rancio primitivismo. Si necesitamos exorcizar tanta miseria, creo que, para mucha gente, la película está siendo particularmente útil sin caer en la banalización de la tragedia persistente.

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