miércoles, 28 de mayo de 2014

Una pelota sola puede revolucionar el mundo.

Iba a comprobar las "bajas" de pegatinas de arañadas en una marquesina de la calle Cartellá, junto al Colegio del Corazón de María y veo una pelota azul sola y desangelada. Temo que pueda incomodar a los coches, que la pierdan sus inocentes y descontrolados dueños o hacer daño a algún transeúnte, golpeado por el balón proyectado por un coche, azarosamente... En fin, me decido a recogerla y a dejarla en el macetero del árbol más cercano de forma que pudiera recuperarla su dueño. En un cierto momento, oigo más intensamente "aquí, aquí", proveniente no sé de dónde. En mi girar panorámico, veo, en el piso más alto del Colegio, defendido, arriba, por una red metálica muy alta, un numeroso grupo de niños que me reclamaban la pelota... Dí un suspiro. Me acerqué al alto muro del Colegio y lancé el balón.
- Ya está dentro, oigo.
- Espero un rato. Confirmo que se ha disipado el grupo y su griterío. Y, luego, cuatro manitas, que desde tan alto, me saludan, agradecidas, como de dos angelitos.
Pensé que tal vez Dios creó el mundo para que tanto ellos como yo tuviéramos aquel momento de felicidad. Y me volvió a parecer el mundo pequeño y yo, dentro, más pequeño, agradecido y encomendado.

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