fundador de la Compañía de Jesús. Como todos los santos Ignacio aprendió a afrontar la realidad de su tiempo con el poder y la mirada de Dios. Su laborioso y enriquecedor proceso de santificación iluminó a sus compañeros y a la iglesia de su tiempo, convirtiéndose en un gran renovador e innovador de la experiencia de Dios y de la entrega a los demás. Un pequeño ejemplo de la creatividad de su libertad espiritual es que "la obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, «para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado». La primera de esas obras de caridad consistiría en «enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios». Ahí queda eso, para desmentir, entre otros, los tópicos de rigidez y rigor que se atribuyen a la espiritualidad jesuítica.
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