falta. Resulta que me amparo en la divina providencia, es decir, dejar que los acontecimientos se impongan o deshagan a base de mirar a otro lado, no oír ni decir ni mu, de aburrir a la gente y de que los asuntos se frían en su propia salsa (que hasta ahora me ha ido muy bien, oyes), y va y me decido a castigar a Israel cuando acaba de pactar con Hamas una nueva tregua. Al menos por un mes, sin venderle armas, para que no se diga. Para mi, la providencia no es ni si quiera oportunismo sino maceración o pudrimiento. ¿Valores? ¿Criterios? ¡Qué coño es eso de la UDEF! que diría Pujol. Audaces, fortuna iuvat! (¿Audaz yo? ¡Joer!).
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