domingo, 18 de enero de 2015

Ayer fue San Antón. Su santo y el de la minúscula

perrita con quien compartía sus días y sus horas para que, mientras velaban por tu excelencia y el fracaso de tus ilusiones de amor, te dedicaras al único con quien debías matrimoniar, tu profesión. Días de sueños y delirios, pendiente de mis plumas de pavo y de tus ojos que no volverían a hacer chiribitas sino en silencio, recibidas tus últimas letras en un sobre de mortaja. La vida es como ha sido, dejando las oportunidades como ángeles a la intemperie, más allá de la añoranza, de los consejeros celosos, de las sabandijas y los sapos. Esto me estuvo contando estas madrugadas cuando me decía que era tarde para rehacer el tiempo.

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