viernes, 28 de agosto de 2015

Tendría muy pocos años cuando, en medio del hambre

y los andrajos benditos, los ya resistentes vivíamos en el milagro y Manolete era una aparición que desencajaba las miradas y plantaba en cualquier esquina corrillos para repetir lo mismo, desde el pasmo, "Manolete ha muerto". Se repetía del Cuarto Califa de Córdoba, el quieto ciprés y maestro del volapié "que entró con desgana, causada quizás por su baja motivación, quizás por las críticas que últimamente estaba recibiendo, quizás por sus desdichas amorosas o quizás por su excesiva confianza". "La España de la posguerra, el hambre y la represión, necesitada de pan, de apariciones y milagros, perdió aquel verano de 1947 al símbolo de una época. Una pena negra como la piel de «Islero» se apoderó de la piel ibérica. A las cinco, pero no de la lorquiana tarde, una nota de clarín rompió con desgarro el aire: Manuel Rodríguez había fallecido". (ABC) El héroe, domesticando el éxito, musitó: "Qué disgusto se va a llevar mi madre". La epopeya de la vida y la muerte de Manolete se hizo fiesta litúrgica de difuntos desde el primer momento. El séneca fijo, serio y místico nos puso a todos en trance, desde entonces, habilitándonos al misterio del toreo. La corrida fue el 28 de agosto de 1947, en la Feria de San Agustín de Linares.
   

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