He vuelto a las raíces sublimes de mi Barcelona

(¿Quién es el gracioso que quiere ponerme aduanas?)  y sus secretos (mis íntimas rutinas): Desde el Turó a Paseo de Gracia, me pierdo entre el bullicio y la ansiedad turística ante la casa Batlló (tan cerca el despacho todavía usurpado del pequeño tacañon, don Pujol) y tanto reclamo. Llego a la plaza de Cataluña, la Puerta del Ángel, la calle Santa Ana 

y su recoleta iglesia, un gótico tan cerca del bullicio, tan íntimo y sublime. Visito las librerías de El Corte Inglés y l´Hormiga d'Or, 

con compras y huellas... El Barrio Gótico, Catedral con su cúpula a la entrada y bella linterna

, ya remozadas, la capilla del Cristo de Lepanto y misericordioso acogedor de mi necesidad de perdón y estímulo al bien, Santa Eulalia y los féretros de los Condes de Barcelona. Vuelvo al barrio judío

de mis querencias, tan cerca, San Doménech y el Call, la Gran Sinagoga de Barcelona... Dejo huellas.

A cuatro pasos, la socorrida Generalitat, San Fernando, las Ramblas y plaza de Cataluña.

Tengo prisa. El tren me espera para el Maresme, Calella y Pineda de Mar. He leído mística y me he dejado empapar por Rachmaninoff y Tchaiscoski... Desbordamiento.